Era simplemente un niño sin un horizonte claro
aguantando el chaparrón de su padre
que le enseñaba los callos de sus manos
aludiendo a los 35 años que llevaba cotizados.
Y por dentro estaba suspirando,
se iba cargando de rabia al escuchar siempre lo mismo.
Su cerebro entraba en ebullición
cada vez que repiqueteaba aquel discurso.
Una película más de sábado que se repite en bucle,
que entra por el oído derecho y sale a toda mecha por el izquierdo,
una cantinela nostálgica que sobrevive al paso del tiempo.
El final siempre es el mismo:
¡O pala, o escuela!
Aún pasarán varios años sin elección clara,
sobreviviendo a base de charlas estrepitosas,
consonantes sobre vocales que no hacen mella en su cabeza.