Le costaba respirar.
Iba dando tumbos en la discoteca con la mirada perdida,
balanceando su whisky-cola como si estuviera en una noria
y haciendo camino al andar con la mandíbula.
Y fumábamos.
Por aquel entonces se podía fumar en los lugares públicos.
Y fumábamos mucho,
no había en las cajetillas anuncios,
nos hacía sentirnos mayores.
Las drogas, a él, con los años,
le terminarían pasando factura.
Pero aquella noche yo le seguía a una distancia prudencial.
No quería que se quedara anclado en la soledad,
necesitaba sentirme “inocente” cuando despuntara el alba
y quería controlar a un pura sangre que había enterrado su alma.
Tropiezo, caída, vaso hecho añicos
y la copa derramada en la espalda de la chica morena
que me mira con compasión a los ojos.
Un paso para levantarse,
su brazo buscando el mío,
su sonrisa expectante al público.
Cuando logró ponerse recto,
parecía un jodido torero saludando al tendido cero.
Un perdón.
Y esa canción…
…Vamos a jugar en el sol,
todos los días son días de fiesta…
Aquél en concreto duró hasta el amanecer.
Ahora que mencionas las imágenes en las cajetillas de cigarros pfff son terribles…ni aun así los dejan, dejamos dijo mi yo interno…jajajaa
Por cierto, gracias por leer y comentar
Es que pensando…, porque ahora hay mucho tiempo para pensar…, me dio por recordar lo que fumábamos antes en los sitios…,era una cosa tremenda, ya no entro si bueno o malo, o mejor o peor, pero creo que no me equivoco, que aunque hubiéramos tenido esas imágenes en las cajetillas nos habría dado igual…